Dicen que el amor es un millón de enfermedades distintas y puede que
tengan razón. Quizás sea un completo desconocido, o un compañero de trabajo, o
quizás tu mejor amigo... Nunca sabes cuándo vas a sentir ese crush, cuando el
virus del amor te va a atrapar, para no soltarte en un buen rato. Esta
enfermedad llamada amor es una simple cuestión de química. Hay quienes se
muestran tímidos, otros se lanzan a la piscina, algunos se sienten mareados.
Da igual cómo
reaccionemos ante el amor: cuando comenzamos a sentirnos atraídos por alguien
todos somos víctimas de los mismos procesos químicos. Un cóctel explosivo de
drogas que nuestro camello cerebral se encarga de suministrarnos, queramos o no
queramos.
«En el enamoramiento, tras
el impulso emocional del inicio, se ponen en marcha los circuitos cerebrales de
la confianza para consolidar el vínculo amoroso, y se silencian específicamente
las áreas que crean distancias, aquellas que se activan en estados depresivos o
de tristeza»,
asegura Natalia López-Moratalla, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular
de la Universidad de Navarra.
La visión, la voz o el intelecto de la otra persona juegan un papel
importante. En este proceso la vista, además de la voz o el intelecto, juega un
papel importante: «Ver el rostro de la persona enamorada es importante para despertar y
mantener el enamoramiento, ya que provoca una serie de emociones positivas que
le llevan (a la persona enamorada) a empatizar, conocer los sentimientos e
intenciones y ajustar las respuestas.», asegura la experta.
Helen Fisher
aclara por qué se dice que el amor es ciego. Cuando estamos enamorados, un área
del cerebro se desactiva. Es una parte de la amígdala cerebral que se relaciona
con el miedo. Por eso no vemos los aspectos que no nos gustan y aceptamos el
resto.
La Adrenalina, dopamina, serotonina,
Oxitocina, testosterona y vasopresina son las hormonas que estas presentes en
tu cuerpo cuando te enamoras. Y las regiones del cerebro que activan esas
hormonas son: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo
caudado.
El
enamoramiento no es una emoción, sino un impulso, una necesidad fisiológica del
ser humano.
Una serie de
estructuras cerebrales se han ido desarrollando desde hace millones de años,
dando lugar a la especialización de circuitos neuronales que conforman tres
sistemas cerebrales independientes e interconectados que se activan en
nosotros: el cerebro de la atracción sexual, el cerebro del amor romántico y el
cerebro de la creación del vínculo. Son las tres caras del amor.
Estos tres
sistemas cerebrales (lujuria, amor romántico y apego) no están bien conectados
a nivel cerebral y podemos sentirlos a la vez.
El deseo: es la primera fase del amor, la que
provoca que te sientas atraído por esa persona. En ese momento, tu cuerpo
empieza a segregar dosis generosas de estrógenos y testosterona. La adrenalina
comienza a recorrer tu cuerpo y hace que el corazón se acelere, empiezas a
sudar y se te seca la boca.
La atracción: La cadena química del amor continúa con
la dopamina, un neurotransmisor que segrega el cerebro y las glándulas
suprarrenales y que aumenta la liberación de testosterona. La dopamina nos
genera un chute de excitación, energía y motivación. Un chute que, cuando se
calma, nos deja con "ganas de más".
Por su parte, la testosterona
aumenta el deseo sexual y el comportamiento agresivo que nos lleva a intentar
seducir a nuestra (futura) pareja. La norepinefrina es el estimulante que hace
que nos sintamos permanentemente alerta y que seamos incapaces de dormir.
También el que, por ejemplo, provoca que recordemos hasta el último detalle de
nuestras parejas.
La feniletilamina es la responsable de las sensaciones de
vértigo y también de las pérdidas de apetito. Si la relación se rompe antes de
tiempo es probable que bajen sus niveles y experimentemos sensaciones de
depresión.
El
cariño: El cariño o apego,
lazo afectivo de larga duración que permite la continuidad del vínculo entre la
pareja, se ve en parte regulado por las hormonas Oxitocina y vasopresina, que
también afectan al circuito cerebral del placer. Fisher explica que es muy
posible sentir un profundo cariño por una pareja con la que uno lleva mucho
tiempo y a la vez estar locamente apasionado por un amor romántico hacia otra
persona distinta, y, además, sentirse atraído sexualmente por otros individuos.
Anteriormente
se creía que esta fase tenía fecha de caducidad, pero un estudio llevado a cabo
por Bianca Acevedo, neurocientífica de la Universidad Cornell de Nueva York,
desveló en 2009 que el amor puede ser duradero. O sea, que la química del amor
puede permanecer más o menos estable a lo largo de períodos de tiempo
prolongados.
Según Fisher,
algunos de los mecanismos que se activan en el enamoramiento son iguales en
hombres y mujeres, como el núcleo caudado y el área tegmental ventral que antes
comentábamos. Sin embargo, existen diferencias: en hombres, se detecta más
actividad en parte del lóbulo superior, que se asocia con la integración de los
estímulos visuales, mientras que en las mujeres las áreas que entran en juego
están relacionadas con la memoria y los recuerdos.
Las actividades
cerebrales que se producen cuando se está enamorado solo suceden una vez en la
relación de pareja, pues a lo largo del tiempo el amor se va convirtiendo en
cariño y apego. La manera de afrontar los celos también es distinta según el
género. López-Moratalla lo resume del siguiente modo:
«El cerebro femenino ante
una situación de peligro de la relación muestra el pánico y la inseguridad de
ser desplazada emocionalmente. Sus niveles de Oxitocina facilitan una cierta
tolerancia espontánea por la traición sexual. En los varones, en cambio, se
activan las áreas relacionadas con conductas agresivas y sexuales».
Y concluye: «La vasopresina
tiene el efecto opuesto a la Oxitocina: conecta las áreas del juicio y la
emoción negativa, rompiendo la confianza y fomentando el deseo de confrontación
física. La conducta se torna a violenta especialmente si despierta la
infidelidad sexual de su pareja».