El organismo y el cerebro requieren más oxígeno y más glucosa durante estos procesos emocionales. Se siente estresado y colapsado de sensaciones y emociones, de ahí que necesite más “combustible” para poder funcionar… un estado que a nosotros, dado ese gasto energético, nos provoca más cansancio. La tristeza agota y cuando estamos muy cansados ni siquiera podemos dejar caer las lágrimas.
Cuando vivimos estos periodos de marcada tristeza, el cerebro deja de producir serotonina a un nivel que se considera adecuado. Y un déficit en este neurotransmisor supone que puedan aparecer a medio o largo plazo las temidas depresiones, las obsesiones compulsivas e incluso pequeños ataques violentos.
El cerebro es una máquina compleja que, ante situaciones de estrés, ansiedad, miedos…etc, altera su producción de neurotransmisores, y esto siempre afecta a nuestra conducta. La tristeza nos permite poder aprender de lo que hemos vivido, y ese es el principal valor. El cerebro es un órgano magnifico que a largo plazo es capaz de autorregularse por sí solo. Dispone además de varios mecanismos de defensa mediante los cuales nos protege, guardando en nuestra memoria recuerdos mediante los que podemos aprender, situaciones a las que nos podemos anclar para ayudarnos a salir de las mareas de la tristeza.
Según el psicólogo Joseph Forgas (2011) cuando nuestro estado de ánimo es negativo nos volvemos más lúcidos a la hora de procesar la información. Forgas y su equipo de investigación experimentaron con sujetos a los que indujeron estados de tristeza y concluyeron que se vuelven más racionales y escépticos, al mismo tiempo su memoria también se torna más ágil y están menos condicionados por prejuicios relacionados con la raza o la religión.
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